Un
día a un albañil muy despistado lo pusieron a construir una calle. El hombre se
llamaba Roberto y era un completo desastre.
La
acera la uso por donde debería estar la calzada. Por algunos sitios iba llana,
por otros lugares iba en cuesta y en otros en curva. Las señales estaban en
mitad de la acera o en mitad de la calle, igual que las farolas.
En
los bordillos había bancos para poder
sentarse y fuentes para poder refrescarse. Los contenedores estaban sueltos por
mitad de la calle. Cada quince metros había una rotonda de grandes dimensiones
con algunos aparcamientos.
Unas
veces las aceras cruzaban por mitad de las rotondas; otras veces la calle
cruzaba por mitad de la hacer; y había veces que la calle iba por medio de las
rotondas.
A
esta calle la gente del pueblo le llamaba “La calle de la locura”.
Pablo Fernández Curiel de 1º C
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